El pintor de pensamientos

En la ciudad de Lúmina, donde los colores flotaban en el aire y las ideas tomaban forma, vivía Alirio, un joven capaz de pintar lo que la gente pensaba. No usaba pinceles ni lienzos, sino un extraño talento: con solo mirar a alguien, sus pensamientos aparecían en el aire como ilustraciones luminosas.

Los habitantes acudían a él cuando no encontraban las palabras adecuadas para expresar sus emociones. Una anciana que recordaba su infancia veía sus memorias cobrar vida en tonos sepia y dorados. Un niño que soñaba con viajar por el espacio observaba constelaciones y planetas girando en un cuadro invisible frente a él.

Pero un día, la ciudad comenzó a perder sus colores. Los pensamientos se volvían grises, y Alirio, desconcertado, intentó pintar algo vibrante. Sin embargo, sus imágenes se desvanecían antes de formarse por completo. Desesperado, se dio cuenta de que la gente había dejado de imaginar, de soñar, de ver el mundo con ojos nuevos.

Entonces, Alirio decidió hacer algo inesperado: comenzó a contar historias. En cada esquina de Lúmina relataba cuentos sobre mundos imposibles, sobre viajes a lugares mágicos y personajes extraordinarios. Poco a poco, la gente volvió a imaginar, a ver colores en sus pensamientos. Y así, la ciudad recuperó su esplendor.

Desde aquel día, Alirio comprendió que la creatividad no solo se pinta, sino que también se comparte. Y cuando las palabras y las imágenes se unen, el mundo nunca pierde su brillo.



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