El reloj del abuelo

En la sala polvorienta de una vieja casa, colgaba un reloj de péndulo que había pertenecido al abuelo de Martín. Cada hora marcaba el tiempo con un campanazo profundo, como un suspiro del pasado.

Una noche, mientras Martín estudiaba para un examen, el reloj sonó trece veces. Confundido, se acercó. El péndulo se había detenido, pero dentro del vidrio empañado, vio algo insólito: una pequeña puerta abierta en la esfera del reloj.

Con cuidado, introdujo su mano. Al instante, fue absorbido por un torbellino de luces. Al despertar, estaba en el mismo lugar, pero en otro tiempo: la casa estaba nueva, llena de risas y el aroma del pan recién horneado. Su abuelo, joven, lo miraba sorprendido.

—¿Eres… Martín? —preguntó.

Pasaron horas hablando, hasta que el reloj volvió a sonar. Doce campanadas y una última más tenue. El tiempo se acababa.

Martín abrazó a su abuelo y volvió por donde vino. Despertó en la sala, el libro abierto sobre su pecho. El reloj había desaparecido. En su lugar, una nota escrita a mano: “Gracias por visitarme. Siempre estaré contigo. —Abuelo.”

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